Habitadas por la Palabra, trazamos senderos de esperanza – Bartolomeo Sorge, sj

«La Cuestión de la esperanza – ha escrito Benedetto XVI – está verdaderamente al centro de nuestra vida de seres humanos y de nuestra misión de cristianos, sobre todo en la época contemporánea»[1]. Justamente hoy la esperanza está en crisis. A este argumento el Papa ha dedicado una bellísima encíclica, Spe salvi (2007)[2]. El 13 de diciembre de 2007, hablando a los universitarios de Roma, resumió en un denso parágrafo el análisis que hace en la encíclica de la crisis de esperanza que hoy aflige a la humanidad. La crisis – en substancia, dice el Papa – se debe a la indebida separación de la dimensión social e inmanente de las esperanzas humanas, de aquella trascendentes: «En el siglo XVII – explica Benedicto XVI – Europa ha experimentado un auténtico cambio histórico importante y desde entonces se ha ido consolidando cada vez más una mentalidad según la cual el progreso humano es sólo obra de la ciencia y de la técnica, mientras que la fe serviría sólo a la salvación del alma. Las dos ideas-fuerza de la modernidad, la razón y la libertad, se han “desenganchado” de Dios para convertirse en autónomas y cooperar a la construcción del “reino del hombre”, prácticamente contrapuesto al Reino de Dios. De esta manera se ha difundido una mentalidad materialista, alimentada por la esperanza exclusivamente [«social» e inmanente] que cambiando las estructuras económicas y políticas, finalmente se pueda dar vida a una sociedad justa, donde reine la paz, la libertad y la igualdad. Este proceso, que no carece de valores y de razones históricas, contiene sin embargo un error de fondo: el ser humano, no es únicamente el producto de determinadas condiciones económicas o sociales y el progreso técnico no coincide necesariamente con el crecimiento de las personas, es más, sin los principios éticos, la ciencia, la técnica y la política pueden ser usadas – como ha sucedido y como por desgracia todavía sucede hoy, no para crear el bien, sino para causar el mal de las personas y de la humanidad»[3].

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[1] Benedicto XVI, Mensaje para la XXIV Jornada Mundial de la Juventud, 5 abril 2009.
[2] Los números entre paréntesis, citados en el texto, se refieren a los parágrafos correspondientes de la encíclica Spe salvi.
[3] Id., Discurso a los universitarios de Roma, en L’Osservatore Romano, 15 de diciembre de 2007.

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