Homilía del padre Silvio Sassi,
en la Celebración Eucarística en memoria de sor Tecla Merlo,
primera superiora general y cofundadora de las Hijas de San Pablo
Como asamblea reunida por el Espíritu en el nombre de Cristo para alabar al Padre, estamos unidos por el mismo Bautismo; junto a los fieles, está presente un gran número de Hijas de San Pablo que celebran el inicio de su Intercapítulo.
Como asamblea unida en un Bautismo vivido en diferentes estilos de vida cristiana, deseamos reflexionar juntos sobre la Palabra de Dios apenas proclamada.
La primera lectura (Is 58,7-10) es un texto escrito en una situación particular de la historia del pueblo hebraico: al regresar del exilio, Jerusalén se puebla de nuevo y el templo es reconstruido; sin embargo, Israel es una mísera realidad. En vez de los esplendores anunciados por el profeta durante el exilio, volvieron las distinciones entre ricos y pobres, entre justos e inicuos, entre explotados y explotadores.
Como queriendo “forzar” a Yahvé conceder a Israel un nuevo esplendor, se proclaman ayunos y se multiplican las invocaciones, como que Dios se contentara de oraciones interesadas. De ahí que el profeta escribe el texto que hemos escuchado, donde, en nombre de Yahvé, explica cuál debe ser el verdadero ayuno: “compartir el pan con el hambriento, hospedar en sus casas a los miserables y vestir a quien está desnudo”. La oración que agrada a Dios es la que lleva a la caridad activa hacia todo tipo de pobreza.
También la espiritualidad paulina, querida por el beato Santiago Alberione para la Familia por él fundada, es una espiritualidad que se transforma de “devoción” en “apostolado”. El Primer Maestro nos ha dejado una lista de bienaventuranzas y de obras de misericordia unidas a la evangelización con la comunicación. La espiritualidad paulina incluye el compromiso en favor de toda forma de pobreza; la paulina y el paulino aman al prójimo con la comunicación y con todo el bien que con ella se puede realizar.
En el texto del Evangelio de Mateo (5,13-16), el que cree en Cristo se define a través de dos imágenes: “sal de la tierra y luz del mundo”. La comunidad cristiana que se expresa en el Evangelio de Mateo, después de la ascensión de Cristo resucitado, sintiéndose investida del deber de continuar su misión de salvación, aplica a sí misma imágenes que han identificado la obra del Mesías.
Uno de los significados de “sal” en la experiencia bíblica está unido a la “sabiduría”: la sal de la sabiduría, para decir que como la sal da sabor al alimento, la verdadera sabiduría da sabor a la vida. Cuando se habla de la eficacia de la palabra y de la obra de Yahvé, de sus profetas y de Cristo, la Sagrada Escritura en algunos pasajes recurre al ejemplo de la “luz”: así como la luz hace percibir personas y cosas, la palabra y la acción que proclaman de Dios, hacen visibles de modo especial las criaturas y la creación.
Para ser continuadores de la obra de Cristo, con el bautismo y con una misión especial, la experiencia de nuestra fe debe transformarse en comunicación a los otros. No existe fe solitaria; la fe en Cristo es una fe “social” ya que por su naturaleza es extrovertida, pronta a salir de sí misma para transformarse en propuesta de condivisión. Lo que debe suscitar la admiración de los hombres son las “obras buenas de los creyentes”. La fe no es un tratado de filosofía y de teología para sabios ociosos, sino un modelo de vida que “ama como Cristo ha amado”, comprometiéndose en la vida cotidiana, evitando el espectáculo de una devoción egoísta.
En el pensamiento del Primer Maestro, compartido plenamente por Maestra Tecla, el apostolado paulino debe ser vivido teniendo como modelo a San Pablo, que se hace “todo para todos”; el apostolado paulino es universal, es para todos. Con razón el tema de vuestro 9º Capítulo general es “Elegidas y amadas en Cristo Jesús, comunicamos la Palabra a todos”.
Nuestro Padre san Pablo, en la segunda lectura (1Cor 2,1-5) nos explica con su experiencia de predicación, que la comunicación de la fe, ante todo, es la experiencia de quien la propone a otros. Por esto la comunidad cristiana de todos los tiempos debe evitar un equívoco: la fe no es una construcción elaborada de temas, argumentos y brillante exposición, sino una experiencia que deja el signo hasta el punto de cambiar los valores de la existencia de quien descubre ser amado por Dios.
La calidad de una verdadera experiencia de fe, no necesita recurrir a medios que desconciertan la percepción humana para hacer apreciar su valor. Pablo predica a los Corintios “en la debilidad y con gran temor y trepidación”, pero el contenido de su predicación, es “Jesucristo y Cristo crucificado”, era la razón de su vivir y su morir.
Esta Palabra de Dios puede ser “sal y luz” para sus trabajos durante el Inter capítulo y para verificar, a mitad del mandato, si la Congregación está realizando el programa del Capítulo general elaborado sobre: la calidad de las relaciones; la revisión carismática del apostolado; el servicio evangélico de la autoridad y de la obediencia.
La espiritualidad paulina es para formar a la apóstol, aún cuando ya las fuerzas no lo permiten, pero el corazón sigue siendo misionero; el apostolado paulino, ha subrayado el Primer Maestro, es “toda una obra de misericordia” atenta a las necesidades de los contemporáneos porque es fruto de una experiencia de fe personal y comunitaria, no una simple actividad editorial para poner en el mercado productos de inspiración católica.
Para sintetizar la espiritualidad y el apostolado paulino, el Primer Maestro recurre a la imagen de un “cauce”: el carisma paulino es como un cauce que sólo cuando está lleno rebosa el agua a su alrededor. Invocamos a la Trinidad, por intercesión de María Reina de los Apóstoles, de San Pablo, del beato Alberione y de la venerable Maestra Tecla, poder vivir con esta sabiduría sobrenatural la fascinación del carisma paulino.