El tema que acompañará el desarrollo del Intercapítulo y la animación sucesiva, nos lleva a redescubrir la fuente que es luz y fuerza de nuestra vocación apostólica (Const. 8). Como María, estamos llamadas a habitar en la Palabra, a tener el corazón habitado por la Palabra, un corazón que custodia la semilla y produce fruto fecundo (Lc 8,15). Un corazón contemplativo que acoge, conserva y realiza la Palabra (Const. 10) para «llevar» esta Palabra y para llegar a ser nosotras mismas una Palabra viva, comunicando esperanza y resurrección:
Ustedes llevan la Palabra de Dios con sabiduría y delicadeza, con la gracia, por lo que es aceptada más fácilmente – Llenen sus corazones. Como el vaso está lleno de agua, así nuestro corazón esté lleno de Dios, entonces lo volcaremos sobre los demás, sirviéndonos de los medios técnicos de la prensa, del cine, de la radio, de la televisión y de los discos. Éstos son los medios que el Señor ha puesto en nuestras manos (Don Alberione alle FSP, 1966, inédito).
Como apóstoles paulinas, estamos llamadas a ser canales, signo y expresión del amor de Dios, embajadoras de Cristo, carta redactada con el Espíritu del Dios vivo, que todos la pueden leer. Estamos llamadas a ser «palabra viva» según las bellas expresiones de Pablo y del beato Santiago Alberione:
Nuestra carta de recomendación son ustedes, una carta que llevamos escrita en el corazón, y que es conocida y leída por todos los hombres. A la vista está que ustedes son una carta de Cristo redactada por ministerio nuestro y escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo y no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, es decir, en el corazón (2 Cor 3,2-3).
Nosotros somos los instrumentos de Dios, somos la pluma de Dios, somos la voz de Dios. ¡Es Dios! Nosotros debemos ser como los evangelistas, en cuanto el Espíritu los iluminaba a escribir, los movía y los guiaba a escribir lo que él quería y a callar lo que él quería. – Si nos dejamos investir por la acción del Espíritu Santo que procede del sagrario, por intercesión de María que obtiene a la Iglesia el Espíritu Santo, entonces diremos aquellas palabras vivas (FSP 54, pp. 57-258).
La Palabra siempre ha estado en el centro de la vida paulina. No sólo como contenido del apostolado, sino como inspiración originaria y estilo de vida. Somos llamadas a llevar la Palabra, pero ante todo, a ser Palabra viva, a interpretar la historia a la luz de la Palabra, a dejarnos sumergir en el misterio de la alianza, es decir, en la profundidad del amor: «El Señor se fijó en ustedes y los eligió, no porque fueran más numerosos que los demás pueblos, pues son el más pequeño de todos, sino por el amor que les tiene» (Dt 7,7-8).